La historia de la medicina está llena de avances importantísimas y providenciales para alcanzar el punto en el que estamos hoy, donde los seres humanos gozamos de una salud muy buena en general, la esperanza de vida  ha aumentado muchísimo y hemos encontrado solución para la gran mayoría de enfermedades que sufrimos, o al menos una manera de contrarestarlas para llevar la vida más cómoda posible. Sin embargo, la historia de la medicina también está llena de prácticas absolutamente impensables hoy en día, que en su momento sirvieron para dar grandes avances científicos. Famosos son los casos de descubrimientos a nivel médico y también anatómico que se llevaron a cabo “gracias” a la terrible práctica de la tortura y la experimentación sobre humanos que se llevaba a cabo por parte de los nazis en la primera mitad del siglo XX. Es algo deleznable, pero siendo objetivos, aquello sirvió para adelantar varias décadas en el estudio del ser humano.

Prácticas que hoy en día serían vistas como algo salvaje y totalmente contrario a lo saludable, pero que en su momento supusieron un paso importantísimo para solventar ciertos problemas. Así ocurrió, por ejemplo, con las lobotomías y los enfermos mentales. Esta práctica, popularizada en la década de los años 40 en todo el mundo, generó ya en su momento bastante polémica por la forma en la que se trataba a los pacientes. Sin embargo, su aparente eficiencia hacía de ella una alternativa muy a tener en cuenta para todos aquellos que tenían a su cargo a un enfermo con un trastorno mental grave, como la esquizofrenia o la depresión severa. Estos enfermos suponían un “problema” para sus familiares y para las propias administraciones, que los mantenían en muchos casos hacinados en hospitales psiquiátricos donde eran sometidos a tortura y violencia física y psicológica. Entonces llegó la lobotomía, que prometía acabar con esos problemas de forma rápida, y todos confiaron en ella.

La llegada de la pandemia del Covid-19 ha supuesto un punto de inflexión para todo el mundo, ya que el virus se ha propagado rápidamente por todo el planeta, matando a cientos de miles de personas, infectando a millones y paralizando la economía de prácticamente todos los países del mundo. Algo minúsculo, invisible a nuestros ojos, que es capaz de provocar tal destrozo, es sin duda algo a tener en cuenta. A lo largo de la historia ha habido muchísimas epidemias que han puesto en jaque a la población, desde la peste negra en Europa hasta la llamada gripe española, a principios del siglo XX. Sin embargo, ninguna epidemia ha sido tan global y se ha desatado por tantos países como la que estamos sufriendo actualmente.

Este tipo de enfermedades suelen ser muy perjudiciales para el ser humano, ya que son devastadoras con su sistema inmunológico y sus defensas. Al ser normalmente transmitidas a través de animales, a nuestro organismo le cuesta luchar contra ellas. Por eso siempre se extreman las precauciones para intentar evitar que estas epidemias vayan a más. No es la primera con la que nos tenemos que enfrentar, y por eso también conocemos un poco mejor cómo funcionan, aunque cada cual es un mundo y hay que estudiarla detenidamente. El ser humano lleva siglos conviviendo con este tipo de enfermedades, en muchas ocasiones transmitidas por los animales, y una de las más peligrosas y temidas es precisamente la rabia.

Muchas veces cuando hablamos de Saturno, el sexto planeta de nuestro sistema solar, lo primero que nos viene a la mente son sus espectaculares anillos y pensamos que siempre han estado allí engalanándolo. Pero según los últimos estudios que se han realizado con sondas espaciales que se han acercado hasta estas estructuras tan impresionantes, podría decirse que son un elemento que viene acompañando al planeta desde aproximadamente unos cien millones de años. Saturno que se formó hace 4.500 millones de años junto con el sistema solar, por lo que prácticamente toda su vida ha estado sin anillos, algo que nos parece muy curioso.

Incluso muchos expertos dicen que los anillos se encuentran en casi la mitad de su vida, ya que la evidencia recogida por los investigadores ha demostrado que la gravedad de Saturno está arrastrando a los anillos hacia él en forma de lluvia de partículas, por lo que se estima que en unos 300 millones de años podrían desaparecer del todo.